Ellos saben de qué se trata, los principios de los ochenta trataron mal al club. El sólo hecho de imaginar aquella época trae todos esos recuerdos nefastos. Pérdida del Gasómetro, crisis institucional, deudas por doquier. En la cara se les notaba. Ni los gritos de los “choripaneros” eran efusivos, por más de que no sean del “Santo” eran respetuosos del duelo ajeno. ¿Duelo? Sí, duelo. Ninguno de los “fanas” que estaban por ahí una hora antes tenía el más mínimo gesto de alegría. Salvo los más chiquitos, los que le preguntaban a sus padres: “Vamos a salir ¿No?”. Esos “minihinchas” no saben lo que pasó entre 1982 y 1983. No se lo imaginan. Para ellos la cancha de Fernández de la Cruz y Varela no tiene nada de “Nuevo”.
Dentro del estadio el clima era hostil. Estaban los cantos de rigor que salían desde las entrañas para mitigar el dolor y la tensa espera. “En las buenas y en las malas, hasta el fin…”. “… que se hizo gloriosa en las buenas y en las malas, la que lleva en la sangre la pasión azulgrana…”. Todo llevaba a lo mismo: al temor. Al no querer repetir. Parece tarde. El “Ciclón” podrá, posiblemente, sortear el descenso. Pero cuánto durará. ¿La crisis institucional se irá? Esa que hace que a 18 años de inaugurado el Pedro Bidegain –nombre oficial del estadio- todavía haya que saltar charquitos.
Pero cuando salió el equipo a la cancha la cosa cambió. Aquella tensión se transformó en aliento, las caras deprimidas se transformaron en esperanza. La confianza en los jugadores era nula, aunque cuando se ven desparramados en el campo 11 tipos que van detrás de la pelota y que defienden los colores, al menos los primeros minutos, no importa el concepto previo. Hay que empujarlos, como si fueran un Renault 4L.
El equipo rival, el de la 14ª del Apertura, Unión de Santa Fé tuvo un torneo inesperado que lo posicionó fuera de los promedios comprometedores. Con esa tranquilidad se instalaron en el césped del Bajo Flores.
El partido fue más de lo mismo para San Lorenzo. La historia de las anteriores 13 fechas se repetía. Un equipo tenso, que alguna situación generaba, pero que parecía enfrentarse a arqueros de 7.32 por 2,44 metros.
Ya había concluido el primer tiempo. Se escucharon en los 45 iniciales algunos ¡uh! locales y otros visitantes. Los goleros tuvieron actuaciones respetables y amargaron a los delanteros. Pero claro, las tensiones en futbolistas e hinchas cuervos se multiplicaban por mil a cada minuto de paridad en el marcador. La tolerancia con el cuerpo técnico solo era una virtud de los que comprendían, de los que podían comprender, que no se podía esperar mucho más de los jugadores. Un milagro tenía que abrir el arco, ya no se trataba de pericia de los atacantes. Se trataba de algo del más allá.
La salida al terreno del once planteado por Omar Asad al segundo parcial continúo siendo hostil. Ya casi no había excepciones a las puteadas.
Silencios largos, aunque ruidosos, se apoderaron del estadio. Sólo se escuchaba al puñado de santafecinos que alentaban a sus héroes. Sí, héroes. Porque cuando todo parecía que concluía en un reparto de puntos para ambas escuadras, sucedió lo que venía sufriendo el “Matador” durante todo el campeonato. A los 29 minutos de la complementaria, Paulo Rosales, el ex Newell´s Old Boys, clavó un zapatazo al palo más alejado de Pablo Migliore que arruinó la ilusa esperanza cuerva.
Ya casi no había fuerza para insultar. Esa fuerza apenas podía utilizarse para contener el llanto. Sólo algunos superpoderosos podían descargarse y despotricar contra el entrenador, referentes del plantel o dirigentes.
San Lorenzo seguía ahí, en la Promoción. Los charquitos también estaban en las zonas cercanas al Bidegain, pero ya no había energía para saltarlos.