jueves, 24 de noviembre de 2011

El Gran Todo Pasa




El nivel de juego en el fútbol argentino es pésimo. Los jugadores mediocres. El compromiso con los clubes no existe: a los seis meses un futbolista ya se fue, los entrenadores también. Excepto contados casos, los equipos transmiten alegría o emociones al público, son los menos. En la mayoría los “profesionales” salen a la cancha con la mente puesta en irse del país y mostrar sus habilidades para el colmillo de turno. Mientras que los más grandes apenas pueden mover las piernas para correr la pelota y, así, “despedirse en su casa”.

El puntero del Apertura se sustenta en un arco inexpugnable. El segundo también. Solo se convirtieron 294 tantos 150 encuentros –menos de dos por cotejo-. La fecha con más conquistas, la 7ª, ni siquiera llegó a 30, se estancó en 29.

¿Y el gol? ¿Y ganar para gustar y dar show? ¿Y la dignidad del hincha que paga para ver un espectáculo? Ni hablemos de la violencia y de los (des)conocidos de siempre que espantan al asistente. Lo que devuelve el campo aleja, aburre. Pero nosotros no somos seres normales. Absortos puteamos, gritamos como desaforados, festejamos sin saber qué cuando creemos que la pantalla chica nos da un estimulo.

Es como si un ser invisible, algo, o alguien, que esté más allá, le robe a un pueblo lo que más disfruta. Inexplicablemente, nadie lo ve. Pero todos, cuando llega el fin de semana, nos olvidamos del terminó antiguo “belleza, nene” y pasamos al de la neolengua “es lo que hay”. De esa manera, pasamos horas frente al televisor o vamos a la cancha. Muchachos, es feo, viene siendo feo y, si no hacemos nada, puede ser más feo aún.

Ya sea en la Bombonera, en el Carminatti o en el “Cilindro de Avellaneda” los que triunfan son los que menos arriesgan. Los que menos goles reciben son los héroes, a los que hay que emular.

Pero ¿Dónde quedaron esas ganas de ver un gol? ¿Las de abrazarse con el desconocido para juntos rodar por la popular? Me aburre –y perdón por la autoreferencia- este fútbol

Soy hincha de San Lorenzo. Sí, el de la Promoción. Cualquiera tendría ganas de gastarme, podría hacerlo. Pero cuando ve la indiferencia que me genera la situación se da cuenta que la cargada no tiene sentido. Mi corazón es de hielo. Como Winston Smith –el protagonista del libro 1984- estoy dispuesto a matar por volver a ver un buen partido. Si supiera de una fórmula mágica capaz de devolverme ese deporte que creo recordar podría llegar a hacer cosas que prefiero no escribir, para que el enemigo, el ojo del “Gran Todo Pasa”, no me capture.

Él puede ser implacable, podría llegar a cortarme el cable y no permitirme ver al Barcelona –único vestigio de lo que creo recordar-. Incluso más, podría llegar a erradicar de un plumazo el fútbol en su esencia misma, el que veo todas las tardes cuando saco a pasear a mi perra Lola por la plaza del barrio. Con eso aún no pudo y no debo darle argumentos para que lo intente.

Cualquier vestigio por querer devolver el fútbol viejo a los cuadros argentinos puede enloquecerlo. Y nosotros, los que queremos que haya algo más vistoso dentro de una cancha, podríamos desaparecer en la lucha. ¿Estamos dispuestos? Yo, sí.

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